domingo, 28 de junio de 2015

Reloj

Sin fin avanzan las manecillas del reloj, su incesante paso llena el silencio de la habitación.
Afuera, la luna llena ilumina el cielo y su pálido rostro se refleja en la quietud de la fuente, el silencio llena todo el espacio al alcance de la vista; el viento hasta entonces callado arrecia de repente, sus rachas levantan pequeñas olas en el agua, el cielo se llena de nubes y los rayos aparecen, ahora la oscuridad total es rasgada por la luz fortuita de la tormenta eléctrica. Los flashes parecen acompañar el recorrido del carro que aparece en el sendero.
La música estrepitosa del estéreo se sobrepone por instantes al sonido de las ráfagas de viento y los truenos; el lento andar del carro es detenido y de él desciende una mujer, sus largas piernas resaltan con la brevedad de su falda y la dureza de sus pezones contra su delgada blusa, haciendo evidente el inclemente frío desatado, una botella de vino parece resbalar de entre sus manos cuando su joven amante la alcanza tras bajar el también del carro.
Él la detiene, le quita la botella y bebe de ella un largo trago, su camisa desfajada muestra su torso desnudo. Sus brazos la rodean tomándola por la cintura y camina con ella el breve sendero hacia la casa, adentro solo se escucha el incesante paso de las manecillas del reloj.
En la entrada se despojan de sus zapatos, la mullida alfombra de la habitación recibe sus pies desnudos. La habitación es amplia, el mobiliario más bien escaso, un enorme sillón frente a la chimenea y encima de ella un cuadro de oscura y pulida obsidiana les devuelve su reflejo. En la pared lateral él reloj con su incesante paso mira el gran ventanal.
Erráticos avanzan por la habitación hasta el sillón y dejándose caer, él vuelve a ingerir el vino, dejando que su sabor le dé el calor perdido por el frío. Ella por su lado, recorre la habitación con la vista, intrigada por el cuadro de obsidiana se acerca a él y ve con sorpresa pequeñas líneas talladas en la pulida superficie.
La curiosidad lleva a su mano a recorrer el tallado, su mirada intenta discernir el dibujo en el cuarto, pero la escasa luz lo impide y su mano topa con una saliente del trazado que le pincha la palma, provocando que su sangre tibia se deslice por los finos surcos del dibujo.
  • ¿Qué haces? - la voz de su acompañante, se pierde en el largo beso que le da a su cuello
  • Es que - excitada, su voz se entrecorta- me corte con ese cuadro.
Ignorando las palabras de ella, el toma su mano y bebe su sangre, erizando su piel, recorriendo su brazo despacio llenándolo de besos hasta que sus labios se unen en un prolongado ósculo lleno de lujuria. La mano sangrante de ella empapa la camisa al quitarla de su lugar, acariciando cada milímetro de piel, devolviéndole el placer que le hace sentir.
Inquietas las manos desnudan sus cuerpos, saciándose de caricias en el proceso, sus labios aprisionan su seno, endureciendo aún más el pezón duro cómo roca mientras ella recorre con sus manos la longitud de su virilidad erguida; él la toma entre sus brazos y la lleva al sillón recostándola en el, su mirada se deleita en la figura sensual que tiene frente a él, inclinándose para volver a acariciar su cuerpo...
El tic tac por momentos es ahogado por los gemidos placenteros de la pareja, sobre la chimenea la sangre de la ella recorre lentamente cada surco del grabado, un tenue resplandor surge de cada línea dibujada; afuera, la tormenta incrementa su fuerza, los rayos iluminan el cielo y dentro, el reloj ha detenido su paso, el silencio sólo es roto por el éxtasis de los amantes, en la chimenea, la sangre ha pintado de rojo el grabado que ahora resplandece intensamente, abriendo una puerta al Mictlán, donde hambriento se asoma el jaguar devorador de corazones olfateando el aire estático, sus ojos brillan con cada relámpago que cruza el cielo.
Entrelazados por piernas y manos, los amantes comparten su lujuria, el calor de su pasión inunda la atmósfera de la habitación y ellos en su propio mundo ignoran la tormenta, el resplandor rojizo del cuadro de obsidiana, la presencia del felino, el silencio del reloj.
Extasiada por las caricias, en el clímax del dulce placer sexual, ella abre los ojos y se topa con la sed de sangre en la mirada del jaguar. Asustada no logra advertir a su amante hasta que este siente el lacerante dolor del zarpazo en su espalda.
La sangre la baña mientras su estruendoso grito desgarra el silencio, deslizándose con angustia, sale de debajo del cuerpo herido de su amante quien intentando enderezarse para ver quien lo atacó, sólo encuentra la garra del felino golpeando salvajemente su rostro, rompiéndole la yugular y haciendo manar un río de sangre.
Incapaz de razonar, ella huye desnuda hacia la puerta, abriéndola con estrépito y saliendo a la fría tormenta que la empapa de inmediato, él agua diluye la sangre de su amante mientras sube al carro y lo enciende precipitadamente en su afán de huir.
Dentro, los gritos del hombre se ahogan en su propia sangre, sus ojos poco a poco pierden el brillo de vida, débil mira alrededor topándose con el reloj detenido, sus ojos opacos ya no alcanzan a distinguir la hora, desvía la mirada y encuentra los furiosos ojos del jaguar.
Al final, su mirada ve por la ventana el cielo lluvioso desgarrado por los rayos, quienes iluminan al felino que descarga una feroz dentellada en su pecho, el ominoso crujido de sus costillas se pierde con el sonido del trueno al caer, el siguiente rayo deja ver al jaguar devorando el corazón palpitante.
Los ojos del joven amante se apagan al fin en el momento exacto en que el último pedazo de su corazón se pierde entre las fauces del devorador de corazones.
Fuera, la lluvia amaina, los rayos desaparecen y el viento barre el agua caída, dentro el jaguar camina de regreso al cuadro, un corazón más lo ha alimentado, ahora puede regresar a su prisión de obsidiana, su oscura mente sólo piensa que cada vez está más cerca, pronto reunirá los 52 corazones y podrá abandonar su prisión para regresar a este mundo y saciar su sed de venganza contra aquellos que lo encerraron.
Lentamente, él resplandor del cuadro comienza a desaparecer y el jaguar se desvanece con él, pronto, muy pronto...
Poco a poco la habitación se sume de nuevo en la penumbra, poco a poco el silencio se impone, hasta que es roto nuevamente por el tic tac del reloj.

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